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Taller de Escritura. Proyecto: Escribir una narración

Las feroces aguas arrastraban todo mi débil cuerpecillo por completo, hundiéndolo una y otra vez, casi sin posibilidades de que pudiera conseguir un mínimo de oxígeno para seguir resistiéndome. Luchando por salvar mi vida y nadar hacia la superficie, pataleando inútilmente hacia todas las direcciones desesperada, asome mi cabeza por sobre las enormes olas, permitiéndome respirar por breves momentos, antes de que me engullieran y devolvieran a las profundidades del mar nuevamente. Continúe así por minutos que parecieron siglos, negándome a ceder por el cansancio, hasta que por fin divise en mi limitada visión una pequeña palmera, junto con una brillante arena. Recuperando la fuerza donde no la tenía, forcé a mis piernas y brazos moverse hacia una posible salvación, y me permití toser y aspirar el aire como nunca una vez que gracias a mi esfuerzo y a la corriente marina, logré llegar a tierra firme; casi lloro de alegría ante tal hazaña, pero rehusándome a perder mi tiempo de esa manera tan inútil, sacudí mi cabeza, mentalizándome de que debía ser fuerte, y me incorporé tambaleándome levemente al inicio por el sobresfuerzo. Caminé por todo el périmetro, observando mi alrededor cautelosa, pues debía estar muy alerta del nuevo terreno desconocido en el que me encontraba. Horas después, ya exhausta por el esfuerzo físico que tuve que realizar durante todo el día, me iba a limitar a rendirme de seguir investigando por hoy y encontrar un lugar seguro para dormir, pues el sol casi se ponía; esa iba a ser mi opción principal, sin embargo, antes de que pudiera llevarla a cabo, pude ver a lo lejos, una peculiar zona que no pude pasar por alto. Acercándome rápidamente hacia allí, finalmente vi aquel misterioso objeto que me había llamado tanto la atención una vez lo hube encontrado en la lejanía de casualidad: era simple, pero claramente extravagante. Se trataba de un gran cayado hundido entre grava y tierra, asegurado con piedras por todos sus extremos asegurándose de sostenerlo en cualquier situación, y, en la punta, una antigua y olvidada calavera reposaba como si el tiempo no le hubiera afectado en lo absoluto. Sorprendida ante esto, me acerqué con pasos desconfiados hasta situarme justo al lado de esta, y acercando mi mano de la misma manera, la toqué. Lo siguiente que ocurrió fue claramente extraño, tanto que me asusté y retrocedí; pues nada más rozar el hueso con mis dedos, este se convirtió en polvo, dejando ver un pequeño papel que cayó al pueblo ondeando al ritmo del viento, hasta que finalmente se posó en la arena con tranquilidad. Apoyé mi peso sobre mis pies, colocándome de cuclillas, y agarrando curiosa la hoja y volteándola para encontrarme conque, en realidad, era un mapa de la isla.

La mañana llegó, y con ella la incesante y deslumbrante luz del Sol posándose sobre mis ojos. No tuve más remedio que abrirlos con pereza y cansancio, acostumbrándome lentamente a la claridad. Me estiracé y bostecé, y entonces miré a mi lado, donde mi mano agarraba con fuerza el mapa obtenido la anterior noche. Me acomodé, y levanté mis rodillas, donde apoyé el mapa y lo abrí lentamente: si quería salir de esa isla, debía conocer el lugar donde me hallaba, y como salir de él. Inesperadamente, no era algo difícil de descifrar, y no me tomó mucho tiempo percatarme de lo que verdaderamente ocurría; ¡era un mapa del tesoro! Marcaba claramente los lugares a los que debía ir, y el sitio en donde estuve horas atrás. Incluso incluía nombres y direcciones, ¡era simplemente una maravilla y una suerte tremenda! Los planetas definitivamente debían haberse alineado para mi. Mucho más animada y confiada, me levanté de un salto del duro suelo en el que estaba sentada, y en el que había dormido. Adolorida al principio, acaricie mi cuello con un pequeño quejido saliendo de mis labios; aunque no tardé en recuperarme. Tarareando alegre, extendí el mapa, permitiéndome el orientarme hacia mi próximo destino. Al parecer, el terreno donde encontré este milagroso guía, se denominaba la conocida "Calavera del Ahorcado". Sinceramente no quería pararme a pensar demasiado el por qué de su nombre..., pero de lo que estaba segura, es que mi siguiente destino se encontraba en "Sierra Ceniza", lugar en el que, sin dudarlo ni un segundo, emprendí viaje.

Mi respiración se cortó, y miré al cielo atónita cuando hube llegado a mi primer destino. Una gotita de sudor cruzó mi frente mientras sonreía como boba sin poder creerlo; aquellas montañas, de por lo menos más de cincuenta metros de altura, se alzaba en picado hacia el cielo, llegando a posicionarse incluso más alto que las nubes, y así una tras otra se apilaba, dejando un estrecho camino junto con minúsculas hendiduras que para cualquiera con unos kilos de más sería impensable el solo pensamiento de cruzar por el ridículo camino que daba posibilidad. Fruncí mis labios frustrada, pues sería una dura y dificultosa tarea colarme por ahí, aún siendo delgada y de baja estatura... Suspiré, creyéndome preparada para la tarea, y colocandome de lado, comencé a caminar como un cangrejo hasta lograr colarme y arrastrarme por las paredes de aquella oscura y fría estancia, en la que no había momento que no se escuchará a algún murciélago pasar, a alguna gota caer o a alguna pared resquebrajarse por mi tacto. Cuando finalmente pude divisar algo de luz proviniendo de un gran agujero en la roca el cual parecía una salida, no pude evitar sonreir aliviada, ya que finalente podría respirar aire fresco y ponerme recta. Levanté los brazos una vez alcancé el exterior y exclamé unas palabras de ánimo a mi misma, a la vez que volvia a abrir el mapa, para ver mi siguiente parada: "El Palmeral Susurrante".

Una fronda de vegetación cubrió todo a mi alrededor cuando me adentré entre las palmeras; no sé cuando ni como ocurrió, pero simplemente me perdí en la inmensidad de los árboles. Me quedé quieta, mirando de reojo hacia todas las direcciones, y concentrando con todas mis fuerzas mis sentidos en, al menos, oír algo. Mi cuerpo se tensó por completo, al sentir una fantasmal brisa rodeándome, y me pareció en algún momento, escuchar casi inaudibles murmullos que eran llevados por el viento, pero que cada vez estaban más presentes. Sin quedarme ni un momento más en el mismo lugar, comencé a correr por lo que quedaban de los caminos; saltando ramas y atravesando arbustos. Era extraño, seguía avanzando, no obstante, parecía que no me movía ni un milimetro: todo era igual. Paré, jadeante y agotada, apoyando mis manos sobre mis rodillas. La desesperación crecía cada vez más, pero no iba a rendirme. Alcé mi vista decidida, y pude apreciar una palmera mucho más robusta que las demás. Me aproximé a ella con rapidez; no tenía nada que perder. Una vez enfrente del gran e impotente árbol, empecé a rodearlo e investigarlo, hasta que al mirar arriba, vi un gran hueco muy sospechoso. Trepé, llegando a la rama que perfectamente soportó mi peso, y metí la mano en el interior del árbol de manera imprudente. Palpé su interior, y asomé mi cabeza al notar un tacto desconocido; allí se encontraban dos objetos: el primero, una sutil daga cuidadosa y meticulosamente creada y afilada; el segundo, una inusual joya de apariencia brillante, con una forma de rombo perfecto. Al no encontrar ninguna pista más, bajé de un salto de la rama, y de repente, pude escuchar más alto que nunca los susurros tamborilear mis oidos, hablándome: "¡Lo encontró! ¡Ella realmente lo encontró! ¿Cómo es posible?" Hablaban todas las voces a la vez, volviendome loca, a lo que salí corriendo de nuevo en dirección contraria a la anterior, aliviándome por el silencio que conseguí. Ahí fue cuando noté que las plantas estaban cada vez menos presentes, y me esperancé en que si seguía ese rumbo podría salir del bosque. Efectivamente, minutos posteriores de andar, había salido completamente del palmeral, e iba a seguir mi camino, hasta que un último murmullo, cortante y preciso, con una voz ronca y grave que no había presenciado en los anteriores asaltos martilleó mi cabeza, e hizo que un escalofrío me recorriera de pies a cabeza: "No escaparás".

Mi mente no había podido desprenderse de aquel recuerdo tan desagradable, por lo que mi marcha redució su velocidad considerablemente. Observé el cielo; aproximádamente, según la posición del Sol, me quedarían menos de dos horas de luz, cosa que no era beneficiosa, ni mucho menos agradable. Aparecí de pronto y sin percatarme, a un extenso lago, en el que quedé embelesada e impresionada mirándolo fijamente con la boca abierta. Sólo tenía una palabra para describirlo: sencillamente hermoso. El agua, de un color rojo intenso, curiosamente transparente, se mezclaba con el del resto del paisaje y del cielo. Recordé entonces, y sin demorarme saqué el mapa bruscamente, analizándolo. Efectivamente, este era mi siguiente destino: "El Lago Sangriento". Me quedé sin palabras por momentos, ¿realmente sus aguas eran originalmente de ese color? ¿O había algo más...? No pude seguir reflexionando esa respuesta, pues de pronto, el lago comenzó a elevarse. Sin darme tiempo para reaccionar, un potente rugido resonó en todo el lugar, y una gigantesca y grotesca mano agarró mi cintura, elevandome por los aires mientras que yo, sin poder evitarlo, soltaba un indigno grito de angustia. En ese instante pude verlo. ¿Qué demonios es eso? Me pregunté temerosa. Sabía que algo no estaba bien con esa isla desde el principio, ¡pero de ninguna manera podría haberme esperado esto! ¡Esto no es un maldito cuento de hadas! Y sin embargo, el gigante que emergió del agua me demostraba todo lo contrario. Un monstruo de más de seis metros de altura, rechoncho, fuerte, seguro..., pero lo más importante de todo: sólo poseía un único ojo, y sólo había una criatura mitológica que me venía a la cabeza que poseyera un ojo: un cíclope.
Me miró indeciso, ladeando su cabeza y soltando extraños gruñidos por su malholiente boca que acercó a mi rostro. Si no me equivocaba, esos monstruos eran estúpidos, y muy pocas veces podían razonar algo por su cuenta, así que esa era la única carta que tenía a mi favor para poder vencer: el ingenio. Necesitaba parecer una presa fácil y débil, manipulable, y en el último momento, cuando se descuidara... Visualicé la daga anteriormente adquirida guardada en mi ropa, y procuré con suma delicadeza, mover mi brazo para agarrarla mientras el cíclope se mantenía ocupado olisqueándome. Lentamente, fue bajando su cabeza, hasta quedar mirándome fijamente con su iris... Rápidamente, sin perder tiempo, agarré con fuerza mi daga, y liberando mi brazo de su agarré, conseguí enterrarla hasta el final de su retina con precisión, haciendo que me soltase y cayera de lleno en las rojas aguas. El ser comenzó a retorcerse de dolor y a gritar espeluznantemente. Nadé lo más veloz que pude hacia la ribera, y antes de que pudiese asestarme un golpe por casualidad, corrí lejos de allí, abandonando mi daga a su suerte.
Corrí y corrí lo más lejos que pude, hasta que sin poder evitarlo, caí de rodillas agotada en el suelo; y solo para asegurarme, desvíe mi vista a mi espalda, aliviándome enormemente por no encontrar al monstruo perseguirme. De todo lo que había huido, la luna había aparecido, y la noche acechaba como un depredador hambriento a una débil presa como lo era yo en esos momentos. Me levanté como pude, utilizando la fuerza de voluntad que me quedaba, saqué el mapa de donde lo escondía. Tal y como esperaba, estaba mojado y practicamente inservible, pero podía secarlo si lo dejaba al aire libre. Esa noche no dormí apenas, y la pasé entre temores y paranoias.

El segundo día de aquella interminable tortura llegó, y emprendí el camino a mi destino lo más rápido que pude. El mapa ya estaba completamente seco, aunque roto por algunos lados, pero era legible. El siguiente sitio al que debia llegar era "La Cabaña Olvidada"; al menos no parecia tan peligroso como el lago. No tardé demasiado en encontrarla, aunque se veía en un estado deplorable, pero fácilmente pude derribar la puerta para entrar, y a la vez dar paso a un desagradable olor que me hizo lagrimear; probablemente la casa estuvo cerrada durante mucho tiempo. No me demoré, y tapé mi nariz con mi mano para abrirme paso entre el polvo y los cacharros desparramados por todas partes. No parecía haber nada, y eso lo hacia aún mas raro. Caminé por todo el sitio, hasta toparme con una mugrienta alfombra cubierta por la suciedad, la cual sin pensarlo mucho levanté, para toparme con un sótano escondido. Bajé, pero estaba absolutamente vacío, o eso creía, hasta que en el fondo de la habitación pude visualizar un cofre entre la neblina. Aceleré el paso hasta posarme frente a este, y lo abrí. Mis ojos se iluminaron cuando descubrieron lo que en su interior hallaba: una llave y una nota desgastada y vieja que la rodeaba, la cual leí detenidamente: "En este mundo sólo puedes confiar en ti, pues en el momento en el que le otorgues ese privilegio a alguien más, habrás perdido". No le tomé demasiada importancia al principio; las cogí con rapidez, y la guardé entre mis harapos, mientras me apresuraba a salir de allí, pues comenzaba a asfixiarme.

Pasaron horas desde que salí del hogar abandonado, y ahora iba directa a las fauces del lobo, pues mi siguiente destino era "La Cueva de la Traición". Mi cordura se había reducido considerablemente durante los últimos días, ¿y a quién no? Seres mitológicos, entes, tesoros... Todo parecía tan irreal. Mientras caminaba entre el camino inesperadamente iluminado por antorchas, pude notar que todo se mantenía extrañamente tranquilo... Hasta que note una presencia en mi espalda. Como pude, gire sobre mis talones, colocándome en una posicion defensiva, para encontrarme con una pequeña infante, atemorizada y encogida sobre si misma por mi acción, sin mostrar su cara en ningún momento. Abrí los ojos desmensuradamente ante esa escena. ¿Una niña? ¿En esa isla perdida y fantástica? Que broma de mal gusto. Pero realmente la niña parecia desesperada y sola, asi que decidí inquirir: ¿Qué hacía aquí? ¿Cómo había llegado? ¿Cómo había sobrevivido...? Todas mis dudas fueron respondidas con una facilidad inquietante. No parecía estar mintiendo... Si realmente decía la verdad, si de verdad llegó aquí al igual que yo... Podría ayudarme, otro superviviente; definitivamente tendríamos oportunidades mucho mas elevadas de sobrevivir, así que la dejé acompañarme. Recorrimos toda la cueva, de principio a fin, siendo rodeadas y tragadas por cada vez más pétreas paredes. La chica no abrió la boca en todo el trayecto, acción que agradecí, pues no me apetecía hablar; y mucho menos resolver dudas. De arriba hacia abajo, de izquierda a derecha..., hubo momentos en los que no sabía cuál sería la siguiente decisión. Sin embargo, la niña me cogía de la mano, transmitiéndome un reconfortante sentimiento de tranquilidad, y seguíamos hacia adelante. ¿Cómo era posible que alguien que conocía hace apenas unas horas hubiese sido capaz de ganarse mi confianza de aquella manera? No daba crédito a lo que experimentaba.

Finalmente, conseguimos encontrar el camino correcto, y creímos llegar a lo que podría ser el final de la aventura. La pequeña y yo nos miramos a los ojos, y asentimos. La puerta se abría mediante un mecanismo, estaba segura. Justamente, la piedra de la puerta tenía una forma de rombo... Como la de la joya que obtuve en el bosque. Sin perder un mísero segundo mas, la saqué de donde la guardaba, y la coloqué en donde correspondía. Repentinamente, las puertas comenzaron a abrirse de par en par, majestuosa y lentamente, y cuando finalmente creí que iba a conseguir salir de aquel lugar; que podría conseguir el tesoro y huir... Un frío objeto atraveso mi vientre. Bajé lentamente mi vista, para encontrarme con que un arma me habia atravesado entera. No fue hasta que giré mi cabeza con miedo y misterio, que pude comprender lo que realmente ocurría. Aquella era mi daga, y la niña... La estaba portando. Antes de caer al suelo, desmayándome, pude oír un ultimo mensaje, de esa tenebrosa voz que apareció al principio de todo: "Te advertí que no podrías escapar. Ni ahora, ni nunca". Entonces comprendí, al ver a la muchacha y su aspecto esquelético, su malvada sonrisa..., que había sido manipulada y controlada en todo momento, y sonreí irónica y divertida en mi último suspiro de vida, riendo suavemente mientras recordaba las palabras de aquella nota.

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